sábado, 9 de enero de 2010

TRES KILOMETROS CON LAS MANOS ARRIBA

El miedo tiene infinidad de rostros y se manifiesta de múltiples formas. Y ese miedo es producido también por muchas causas, algunas de ellas provienen directamente de nuestro interior, pero generalmente el miedo es provocado por agentes externos.
Cuando somos niños, tememos a los espantos, a la oscuridad, a la soledad o a perder a quienes nos llenan de amor. Cuando vamos creciendo tenemos miedo al que dirán, al rechazo, a las apariencias y cuando somos mayores tememos a la enfermedad y a la muerte, a veces la nuestra, a veces a la de los otros, pero el miedo mas terrible de un adulto es a perder un hijo.

Pero ¿porque en medio de una guerra, quienes no participamos de ella y nada mas fuimos simples expectadores llegamos a tener tanto miedo y pánico?


El toque de queda en el San Miguel de los 80 marcaba un punto de quiebre con las actividades cotidianas, era como ver venir una tormenta eléctrica a lo lejos, ves que viene y hay que correr para no mojarte, la lluvia no te va a matar, pero te entra pánico cuando sabes que te va alcanzar. Así era la hora del toque de queda, sentías que tenías que correr para que las 6 de la tarde no te alcanzase en la calle, con la diferencia enorme que no solo te ibas a mojar, el miedo gigantesco y opresor se debía a tener la certeza que encontrarte fuera de tu casa significaba que te ibas a morir...

-Dice tu tía Delia que a Jorge le agarro un gran dolor en el entreno de basket y se lo llevaron para el San Juan de Dios-

Esa fue la frase que mi madre me dijo a las 2 p.m., después de entrar toda apurada a la casa y llegando desde la escuela recién abierta en la Colonia La Presita, donde por gracia divina había conseguido un sobresueldo en el turno de la tarde. Mi tía Delia, maestra igual que ella había dejado sus alumnas de la tarde en el INIM para avisarle del dolor de Jorge, mientras mi tío Alberto se había llevado al enfermo al hospital, después de que el maestro y entrenador "Chirajo" los busco a los dos para notificarles que uno de sus mejores integrantes (y sobrino de ambos) de la selección de basquet del instituto, se estaba revolcando del dolor y que el pensaba que era cierto y no culeradas como otros hacían cuando no soportaban los chicharrones que les metía en los entrenos.

-Cambiate y nos vamos, y que Alberto se quede cuidando a Ángeles- continuo diciendome mi mamá y corriendo al mismo tiempo.

Salimos apurados hacia la esquina de la décima calle, a medio camino de las primeras dos etapas de la Colonia Río Grande a esperar la Corintians, que era una de las tres empresas de buses que circulaban por la ciudad de San Miguel en esos años, completando la oferta la Celina y las rutas de ACOTRAMS, sin embargo la que nos dejaba cerca del hospital solo era esa.
El hospital en ese tiempo era un enorme caserón de adobe que ocupaba una manzana cerca del cementerio general, y aunque ya se estaba cayendo todavía faltaban un par de años para que construyesen el moderno edificio que existe actualmente al final de la colonia Ciudad Jardín. En medio del Hospital existía (aun existe en el centro del actual parque) la capillita de la Medalla Milagrosa y ese fue el primer lugar al que mi madre y yo nos dirigimos al llegar al hospital,  

-Antes de saber de Jorge, hay que pedirle a la Virgen de la Medalla Milagrosa que este bien- fueron sus palabras.

Eran las 4.00 de la tarde y Jorge todavía estaba en sala de operaciones, mientras la angustiada y su hijo de 14 años esperábamos a que saliera el doctor Bichara a contarnos como iba todo; mientras tanto mis tíos habían regresado al INIM a terminar su jornada, que en ese entonces y por el toque de queda finalizaba a las 4.45, eso le daba tiempo a los maestros y alumnos de llegar a sus hogares sin exponerse a morir.
Las 5 ... y ninguna noticia, lo cual por la cara de mi mamá le estaba provocando una gran angustia, que al mismo tiempo me estaba transmitiendo de una manera osmótica, ya que estábamos en una banca y tenía un brazo sobre mis hombros.
A las 5.30 en punto salió la niña Vicky del pasillo proveniente de los viejos quirófanos, al verla con su uniforme verde, su gorro y su mascarilla me costo reconocer a la hermosa enfermera que vivía frente a nuestra casa y que despertaba las fantasías de todos los adolescentes de la décima.

- Quite esa cara niña Bertha, que el negro salió bien. Nada mas va a tener que dejar de jugar un par de semanas y ya va andar de novio otra vez- Fueron las palabras que acompañó con una enorme sonrisa.
En ese instante el rostro de mi madre recuperó el color, me abrazó y abrazó a la querida vecina. -Gracias a la Virgen de la Medalla Milagrosa...estos bichos cualquier día lo van a matar del susto a uno- dijo con una sonrisa que mas parecía llanto.

-Jorge aquí va estar bien, la cirugía fue normal y hasta el doctor se fue ya. Ustedes también apurense que si no quieren que los agarre el toque de queda en la calle-
Al decirnos estas palabras la sonrisa había desaparecido de su rostro y la seriedad y preocupación aflorarón en sus ojos.

¡El toque de queda!... lo habíamos olvidado por completo, ya que la preocupación de mi madre por su hijo enfermo era mayor que estar pendiente de una hora determinada, por muy grave que esto fuerá.

Salimos al portón principal del hospital a las 5.45 en punto y la visión nos dejó atónitos a ambos. En la calle no había ni un alma, nadie absolutamente nadie estaba en el puesto de venta de dulces y frescos junto a la parada de buses donde mi madre inocentemente pensó que podíamos tomar de regreso la Corintians. Ni taxis, ni carros, nada que nos acercará o nos permitierá recorrer en 15 minutos los tres kilometros que separaban el Hospital San Juan de Dios de la casa 48-A de la Colonia Río Grande.

-Puchica hijo no se en que estaba pensando cuando te dije que vinieras conmigo, si algo te pasa por mi culpa me voy a morir allí mismo, por pensar en Jorge no pensé en vos-

La pobre señora solo estaba pensando en mí, el miedo que sentía era por mi bienestar y nunca pensó que si algo pasaba, nos iba a pasar a ambos. Los soldados de la Tercera, la Guardia, la PH, la Policía Nacional o a quien por desventura nos encontrasemos patrullando después de las 6.00 de la tarde, no iba a discriminar solo porque ella era una querida maestra que trabajaba 3 turnos en tres diferentes escuelas de San Miguel, en lo mejor de los casos la iban a capturar y torturar junto a su hijo adolescente, pero esa posibilidad era casi irreal, ya que lo mas probable erá que amaneciesemos colgando del puente Urbina o el puente Plateado, lugares favoritos de los militares para dejar escarmientos visibles por andar en horas del toque de queda fuerá de las casas, ya que solo los guerrilleros comunistas salían después que el sol se ocultaba a planear ataques.

Empezamos a caminar lo mas rapido que podíamos, ya que solo habíamos avanzado dos cuadras y todavía teníamos que atravezar prácticamente media ciudad de poniente a oriente, erán mas de dos kilometros y solo teníamos 10 minutos para llegar, mientras la "tormenta" del toque de queda se acercaba para inundarnos.

La gente que estaba en sus casas del centro de la ciudad se asomaban a las ventanas y nos decían: -Apurese señora que le van a reclutar al bicho y a usted se la van a llevar, ya casí son las seis- y cada una de esas palabras no hacían mas que incrementar nuestro temor.
Pero el mejor consejo fué el que nos dierón en una farmacia que cerraban a toda prisa, -Miren lo que tienen que hacer si no quieren que los maten al solo verlos es caminen normal, pero con las manos arriba-

Nos vimos las caras angustiados, a estas alturas el aire nos faltaba e ibamos empapados de sudor y ahora a ese cansancio se sumaba un esfuerzo mas, levantar los brazos. -Bueno, pensé al menos vamos a dejar de correr- sin saber todo el cansancio que implica llevar un miembro en una sola posición.

Justo una cuadra antes de llegar al parque Guzmán y a las 6.10 de la tarde el corazón nos dió un vuelco, dos camiones Mazinger estaban bajando al menos 50 soldados, aparentemente para apostarse en los alrededores de la catedral y vigilar que ningún guerrilero intentase tomarsela. Eran del BIRI Arce, un batallon elite recién formado y que ocupaba de cuartel las antiguas instalaciones de la Fabril de Aceites. Nosotros dos con las manos arriba saludamos a los soldados y tratamos que el temblor de nuestros cuerpos no delatase algún signo que los tres soldados que nos apuntaban con sus M-16 pudiesen interpretar como agresión, lo cual les daba motivos suficientes para dispararnos en ese preciso instante. Solo sonrierón en señar de burla y con sus fusiles nos indicarón que continuasemos con nuestro camino. Me entristecí mucho al pasar frente a la tienda Elvira, y pensar en los trompos, yoyos y capiruchos que apenas dos años antes aun compraba en ese lugar.
Avanzabamos ahora con un dolor insoportable en el cuello, los hombros y los brazos, pero quizás el dolor mas grande que ambos sentíamos era el no poder abrazarnos ni tomarnos de las manos en un momento de tanto temor y pánico. La calle ahora estaba mas sola, o quizás estaba igual que cuando salimos del hospital, pero a la soledad se había sumado la oscuridad de las primeras horas de la noche, lo que incrementaba la sensación de opresión en nuestra mente.

Al llegar a la esquina entre la Panadería Nilo y el mercadito de La Cruz, mi madre llorando me dijo a manera de consuelo:  
-Te prometo que mañana compramos un pan con gallina de estos que venden aquí, ademas ya solo quedan cuatro cuadras- cuatro cuadras que parecían mil kilometros.

Justo al llegar a la esquina del Taller René y cuando ya las palmeras de coco enano que adornaban los arriates de todas las casas de nuestra colonia nos daban la bienvenida pasó lo que mas temíamos, oímos que tras nosotros venía muy despacio el sonido que tantas noches nos había desvelado, el ruido que hacía un jeep de la Guardia Nacional. Seguimos caminando con las manos arriba y al llegar junto a la casa de Perla y Estrella, el temido jeep con los guardias paro junto a nosotros y nos dijerón con voz autoritaria:  -¡Subanse!-

Mi pobre mamá me vió llorando y petrificada no encontraba palabras que pudieran salir de su garganta, palabras para consolarme y palabras para consolarse.

-Niña Tita...subanse los vamos a terminar de llevar- Ella empezó a sonreir y llorar al mismo tiempo y sin miedo vió al enorme guardia que la llamaba por su nombre. -Por Dios niña Tita, como se les ocurre a usted y a esta cipote salir en medio del toque de queda, esta es hora que sus otros hijos se estan muriendo de la angustia-.

El jeep nos dejó justo frente a nuestra casa, 20 adelante de donde nos recogió. Mi mamá se despidió de Chente, el antiguo compañero de infancia de mi hermano Alberto con un -Dios te bendiga-

Al entrar a nuestro hogar nos abrazamos con mi hermana y mi hermano. Mi madre esa noche le agradeció a la Virgen de la Medalla Milagrosa porque Jorge salió bien de la cirugía, y principalmente le agradeció por el milagro de pasar en medio de la tormenta del toque de queda sin mojarnos.

martes, 8 de enero de 2008

UNA PROMESA INCUMPLIDA

Prometemos a nuestros hijos que vamos a ir a ver sus partidos, prometemos a esa mujer que la amaremos por siempre, prometemos en nuestros trabajos que vamos a entregar a tiempo ese informe… prometemos todos los días y a cada instante cosas que nunca pensamos cumplir. Nos pasamos prometiendo y prometiendo y nos hemos vuelto constructores de desilusiones por esas palabras dichas a la ligera, nada más para salir de un apuro u obtener un beneficio.
Pero a veces… y solo a veces, alguien nos descubre en el engaño y nos exige que cumplamos nuestra promesa…


- Si no llevaba nada niña Juana - escuchaba Don Carlos, completamente ensimismado en la lectura de “Pagando el Precio” en la sala de la primera planta, justo a las doce de la noche. La voz era de su esposa Cecilia y provenía de su dormitorio, 3 metros mas arriba.

-Pero ¿Con quién habla esta loca?- Se dijo para sí mismo.

Nunca hablaba dormida, pero el ajetreo del entierro al que habían asistido hasta San Rafael y con tanto apuro, la podía haber estresado y provocado una que otra pesadilla, pensó.

- Le juro que no llevaba nada, por favor no entre, no niña Juana no entre, nooo, le suplico que no me lleve, Carlos, Carlos, Carlooosss…

Los gritos de angustia y terror, habían dado paso al silencio absoluto y para cuando Don Carlos llegó al dormitorio el rostro de Cecilia estaba desencajado, sus ojos desorbitados miraban sin alma al vacío y la mueca de terror dibujada en sus labios hacía presagiar que había visto al mismísimo demonio.

Los dos meses que paso en coma fueron una angustia para su familia, y un enigma para los neurólogos, intensivistas, psiquiatras y todo un abanico de especialistas que circularon alrededor de su cama tratando de diagnosticar la causa de su raro desvanecimiento, sin que nunca en ese tiempo hayan podido descubrir o remediar su mal.
El comentario del personal, en la UCI del Hospital de Diagnostico, era que le habían hecho un trabajo, que había caído en ese estado después de asistir a un entierro, en un pueblucho de San Miguel.

-Dice la sobrina que la vieja se desmayo de tristeza por la muerte de su comadre Juana- Le comentaba la enfermera encargada de turno a la terapista y a la hija de la señora de la cama cuatro, y así entre rumor y rumor pasaron los días.

Despertó junto a su querido Carlos, Angélica y sus hijos, su sobrina Erica, tres sorprendidas enfermeras y el sorprendido médico que nunca pudo diagnosticar lo que tenía.
Regresó a su casa con la intranquilidad de quien se siente vigilada y las primeras noches temía dormir con las luces apagadas. Le suplicaba a Don Carlos que cerrara bien la ventana del cuarto y pedía que nunca la dejaran sola.
Angélica le dijo su esposo que se iba a estar unos días con su mamá, para ayudarla a reponerse y que talvez ya cuando estuviera más tranquila le contará que había pasado esa noche, cuando la habían oído gritar con tanta angustia el nombre de esa señora que se había muerto.

- Haay Angélica, y vos y Carlos que me alegaban que los muertos nunca salen de sus tumbas- Les decía a los dos, que estaban con los músculos totalmente rígidos y los ojos bien abiertos escuchando el relato.

- La Juana siempre me decía: mire comadre, cuando yo me muera quiero que venga y me saque de la vela al maldito del Chepe- - Mejor ni deje entrar ese hijueputa y si llega ir al entierro péguele un garrotazo y lo hecha, porque estas bichas, como es el tatá no le van a decir nada. Pero prométame comadre que lo va hacer, por su vida que lo va hacer, sino va a ver que a usted me la voy a venir a llevar-

- ¿Y vos que le dijiste mamá?- Preguntaba Angélica, ante la mirada impávida de Don Carlos.

- ¿Pues que le iba a decir? No se aflija comadre, que yo me vengo de San Salvador a la hora que sea y le prometo que no lo dejo entrar al velorio, ni mucho menos que vaya al entierro.

Paso la pobre doña Cecilia confesándose y asistiendo a misa todos los días, durante nueve meses. Trajeron al padre Benavides desde San Rafael para que les bendijera la casa, les pidió perdón a las hijas de la Juana por no haber ido al velorio de la mamá y por haber llegado al cementerio hasta que ya le habían echado tierra y también les dijo que no les había dado el pésame ese día por que estaban llorando abrazadas con el Chepe.
Y por último… se prometió a si misma que nunca mas le iba a prometer nada a nadie.

CONTANDO MUERTOS


En una época normal, los niños jugaban con carritos de madera, con juguetes tradicionales de su pueblo, capiruchos, yoyos o trompos, jugaban atrapando tortolitas con trampas de ramitas, o en estos tiempos de tanta tecnología se entretienen con su Play Station o el celular de moda. Pero durante los años de la guerra, los juegos eran a matar, se jugaba a guerrilleros y soldados, a buenos y malos. Y a veces se descubría algún pasatiempo mucho mas macabro, que no solo jugamos los niños de los ochenta, sino que para los adultos era también una forma de llorar y gritar… cuando también ellos jugaban a “contar muertos”…

Era el año de 1979 y el primero que Jorge (mi enorme hermano) estudiaba en Básica (Tercer Ciclo Isidro Menéndez). El nada mas me lleva cuatro años de edad, pero cuando se tienen trece y nueve la diferencia de estatura se vuelve increíble.
El inicio de mis aventuras escolares siempre estuvo acompañado de la presencia protectora de mi hermano. Empezamos a estudiar juntos en el Hogar del Niño Dolores Souza y contando apenas con 10 años, mi madre deposito su confianza en Jorge para que me cuidara en el camino a la escuela y me protegiera de los niños más grandes. Recuerdo que se tomo su papel muy en serio, ya que ese primer año nunca soltó su mano de la mía en las 6 cuadras que separaban La Río Grande del Hogar.
Después de estar juntos un año más en La Retes (Escuela Dolores C. Retes), el que ese año 79 mi hermano se haya cambiado a Básica (Tercer Ciclo Isidro Menéndez) dejó en mí un halo de tristeza. Las dos instituciones nada mas estaban separadas por una malla ciclón, pero no dejaba de sentir que se había trasladado al otro lado del mundo. Juntos habíamos jugado durante dos años mañana y tarde en el camino a la escuela, y aunque en horas de clases nos encontrábamos separados, al finalizar la jornada nuevamente compartiríamos una hora de aventuras, en la que corríamos a ver quien llegaba primero, contábamos cualquier objeto que encontráramos en el camino y hacíamos competencia por casi todo. Pensé que ya nunca más habría ningún juego que me uniera con mi hermano…pero lo descubrimos cuándo la guerra estaba por comenzar…
-¡Haay, haay niña Martita, viera lo que hay en Básica!--¡Eraan unos cipotes niña Martita, haay, haay, haay!-
Era la niña Margarita, profesora de quinto grado, quien había entrado gritando a nuestro salón de clases. Traía el rostro desencajado y las lagrimas, el sudor y el yeso cubrían todo su cuerpo.
-Cálmese mujer, que le pasa, cálmese, que no ve que me esta asustando a los bichos-
En realidad ninguno de los bichos estaba asustado. Nada más nos vimos las caras y deseábamos que la maestra terminara de contar.
La niña Margarita se llevo para afuera a nuestra profesora, como queriendo ocultarnos la tragedia y el miedo, pero cuando vimos que la niña Martita se tapo el rostro y empezó también a llorar, intuimos que algo grave había sucedido en el Tercer Ciclo.
Hipólito y Marlon, que estaban sentados junto a la puerta, nos dijeron a todos, -Hay unos muertos-, -Hay unos muertos en Básica-
No habían terminado de contar la noticia, cuando salí corriendo junto a Carlitos Chávez para Básica y junto a nosotros venía todo el tropel de compañeros, sin que las dos incrédulas e impactadas maestras pudieran hacer nada para poder parar la curiosidad de treinta niños de tercer grado.
Al llegar al “hall” del Tercer Ciclo la escena era dantesca, un montón de niños de la Retes, adolescentes de Básica, jóvenes del INIM y maestros de las tres instituciones educativas estaban observando con la mirada inamovible, rostro de incredulidad, dolor y horror los cadáveres de 5 jóvenes de entre 15 y 18 años colgando de los polines del “hall”. Tenían las sogas atadas al cuello y los dedos pulgares amarrados con hilo de pesca. Aparentemente también habían sido golpeados salvajemente, ya que presentaban moretones en todas las partes que la ropa no les cubría. Vi a mis hermanos mayores apretujados junto a sus compañeros, note que Alberto me vio, se acerco a Jorge y le susurro algo al oído, Jorge llegó a mi lado, me tomo del brazo y me dijo:
-Ándate para el aula donde esta mi mamá y no veas esto-
Y señalando al cadáver de camisa roja y contradiciendo la orden anterior, me comento:
-A ese le decían trapito y era compañero de Alberto-
Nos despacharon a todos y mi mamá, como todos los maestros, tenía que quedarse, asumo que evaluando la gravedad de los hechos, que nosotros como niños no alcanzábamos a comprender. Le dijo a Ángeles mi única hermana, que también iba al mismo grado que yo, pero en la sección de niñas que la esperara y a mi, que esperara a Jorge y nos fuéramos directo a la casa. Alberto hacía ratos se había ido.
-Te gané- fueron las palabras que Jorge pronuncio cuando me vio.
-Yo conté otros tres muertos, nos fuimos con Alberto al INIM y habían otros tres, así que yo conté ocho muertos y vos solo cinco-
En ese día camine junto a mi hermano con un poco de rabia, porque Jorge había contado mas muertos, y deseaba haber ido también al INIM a ver los otros, pero no intuí en que el conteo inicial se iba a convertir en una cifra nada grata y que con el paso de los años aquellos primeros cadáveres que no significaron mas que tres muertos menos con los que perdí, se iban a ir convirtiendo en personas con familia, soldados y guerrilleros con una historia y gente llorando por ellos, inocentes que estaban simplemente en el lugar equivocado.

Deje de contar muertos al trasladarnos por motivos de estudio de San Miguel a San Salvador en el 87, sin embargo recuerdo como si fuera ayer cada vez que conté un muerto mas, recuerdo a que bando pertenecían o si eran civiles, personas conocidas y queridas algunas y la mayoría de las veces otro cadáver que añadir a la lista.
Un guerrillero junto a la Ceiba de la casa de la niña Margarita al finalizar la primera ofensiva, una mujer embarazada y cuatro campesinos en el 83 en un mesón que había atrás de la colonia Río Grande, ocho soldados (4 de ellos dentro de una tanqueta, cerca del turicentro La Cueva) y tres guerrilleros después de la toma de San Miguel que culmino con el derribamiento del puente Urbina, dos soldados junto a la carretera del litoral en el desvío del cantón el Brazo, una cabeza en un cerco de alambre de púas en la zona del Playón también en la carretera del Litoral, cinco no sé de que bando en los años que fuimos a visitar a mi familia en Jucuarán, dos en San Rafael Oriente, tres que vi en compañía de mi mamá en las múltiples ocasiones que la acompañe a visitar la morgue del cementerio en busca de algún conocido y dos amigos de la infancia que formaron parte del ejercito.
Siempre después de finalizar un tiroteo, salíamos con mi hermano Jorge (Alberto y Ángeles generalmente tenían el estomago descompuesto) y el resto de niños y adolescentes de la colonia a ver y contar los muertos.
Al final espero que Jorge no me haya ganado en este conteo macabro y deseo que haya contado menos muertos que yo.

viernes, 14 de septiembre de 2007

MARIA

En tiempos de guerra muchas personas viven sus vidas como si estuvieran muertas, pero muchos muertos siguen queriendo permanecer como si estuvieran vivos.



María había llegado vivir a nuestra casa en el año que la guerra inicio. Sus padres y hermanos habían fallecido en el primer operativo del ejército en el cantón El Progreso y siendo mi mamá su madrina, le correspondía acogerla, velar por su bienestar y hacer de ella “una buena cristiana”, como lo había prometido el día de su bautismo.
Tenía yo 8 años y veía a María con sus 16 años como una verdadera gigante. En realidad era muy alta, delgada como vara de castilla y blanca, blanca, blanca, como leche recién ordeñada. Esa palidez se veía acrecentada por una tristeza permanente en su mirada. Nunca sonreía y al tratar de sostener una conversación, solo respondía con monosílabos. -Si, no y ajá- eran las palabras que mas amaba.
Al llegar la noche, cuando todos dormían, la escuchaba sollozar… era un lamento silencioso, que se prolongaba hasta que mi cansancio de niño me vencía.
Al pasar el tiempo, empezó a ayudar a la muchacha con los oficios de la casa. Le gustaba barrer y trapear. Después le tomo amor a todos los quehaceres, le dijo a mi mamá que se deshiciera del servicio, que ella se iba encargar de la vivienda y de nosotros.
Realmente ni Ángeles, ni yo necesitábamos niñera y Alberto y Jorge ya eran más altos que María, igual que Antonio, un primo del pueblo que por motivos de estudio también había hecho crecer nuestro circulo familiar.
Aunque pasaba más tiempo ocupada, su tristeza fue cada día en aumento; hablaba sola, pero como si en realidad alguien la escuchará. Sus sollozos pasaron de ser in entendibles, a suplicas silenciosas pidiendo que por favor se la llevarán.
Mi mamá pensó que su pobre ahijada se estaba volviendo loca, que el hecho de quedarse sin padres y sin hermanos, había provocado una especie de alucinación por los seres perdidos.
Pero no se estaba enajenando, ni estaba sola. Nada más, habían escuchado sus ruegos.

Con un toque de queda que iniciaba a las 6 de la tarde, el único entretenimiento que teníamos todos los vecinos de la Río Grande era la televisión. Las telenovelas con sus temas de campesinas convertidas en princesas, era el tema preferido de la mayoría y el sueño de todas las jóvenes, que igual que María habían dejado sus vidas de la campiña, y ya sea por la guerra o por necesidad de trabajar, ahora se entretenían y soñaban vidas que nunca podrían tener.

Ese mes una telenovela había roto todos los moldes anteriores. “Cumbres Borrascosas”, nos llenaba de miedo. Cada noche, a las nueve en punto, nuestros corazones infantiles y juveniles se inundaban de adrenalina y de terror. Nos encantaba esa novela y nada distraía nuestra mirada del televisor, ni el ruido de las bombas y balaceras lejanas, ni el calor sofocante de San Miguel.

Esa velada, nuestros ojos clavados en los personajes de la ficción, fueron distraídos por algo que vimos en la puerta que daba al patio, justo atrás de la salita de la pequeña biblioteca.
La luz dentro de la casa contrastaba con la oscuridad de afuera. Junto a esa puerta no se tenía que ver absolutamente nada, pero en ese momento algo se movió… el silencio nos inundó, la adrenalina y terror de una telenovela irreal tomaba forma real. La primera duda de que alguien se había asomado a esa portal fue disipada, cuando mis ojos de niño vieron nuevamente cruzarse en el patio a una mujer vestida totalmente de blanco, alta, pálida, sin un rostro reconocible pero con un pequeño brillo que hacía que resaltará en la oscuridad reinante.
-Es María- pensé, con la diferencia de que esa visión hacía que mis pequeños pulmones se quedarán sin aire, y a juzgar por la ausencia absoluta de sonidos, había producido el mismo efecto en toda mi familia.
Las voces en el televisor habían pasado a ser nada más un susurro y la atención era ahora esa puerta y la mujer blanca. Los minutos se volvieron siglos y finalmente apareció nuevamente. No se cruzo el patio, sino que se paro justo a la entrada, a tan solo veinte metros de nosotros... nos miro con su cara sin rostro, sus ropas flotaban sobre su cuerpo semitransparente, el pelo le cubría unos ojos que no existían, las manos extendidas... llamándome, llamándonos…
-María, ¿porque no entras a ver la novela?-
Fué la pregunta angustiosa de mi mamá.
En ese pequeño segundo nuestros corazones se sintieron aliviados...
Hasta que María le contesto sentada justo atrás de todos y con una sonrisa en los labios:
- Si yo aquí estoy adentro madrina-
Como impulsados por un resorte mis hermanos mayores y mi primo corrieron al patio. La tinieblas del lugar solo eran iluminadas por una pequeña luna de cuarto creciente. No había ninguna mujer.
Pero atrás de nosotros, estaba la silla, aun caliente, donde cada noche María nos había acompañado a ver sus sueños…
Jamás la volvimos a ver y jamás volvimos a ver ninguna novela.

jueves, 6 de septiembre de 2007

LA NOCHE QUE LLEGO LA GUARDIA

En el año de 1983 la guerra estaba en todo su apogeo y San Miguel no era precisamente la ciudad mas segura del país. Pertenecer a algún sindicato o alguna Asociación era un delito que generalmente se castigaba con la muerte. ANDES 21 de Junio era el gremio que defendía los derechos de los maestros en el país, pero estar asociado a dicho movimiento implicaba ser considerado comunista y motivo suficiente para ser “desaparecido”.
El modo de actuar de los cuerpos de seguridad, especialmente la Guardia Nacional, consistía en sacar de su vivienda al “comunista”, torturarlo y posteriormente asesinarlo, dejando su cuerpo abandonado en el puente Urbina o el puente Plateado, - Para que escarmienten-, decían.


El toque de queda o Ley Marcial, empezaba todos los días a las 6 de la tarde y ese día a las 9 de la noche ya teníamos tres horas de estar pegados al televisor. El silencio reinaba por completo en nuestra calle y ni los chuchos se atrevían a romper la monotonía de la noche.

Los sonidos del camión y del Jeep de la Guardia se podían escuchar desde que entraban sobre la décima y era lo único que rondaba en toda la ciudad al caer las sombras.

El ruido de motores gastados se dejó oír al inicio de la colonia y nuestro corazón de niños y jóvenes no se perturbo, acostumbrados a que nos interrumpieran nuestra tranquila noche televisiva. Alberto tenía 20, Jorge 16 y Angeles y yo trece adolescentes años. El ruido pasó frente a nuestra casa y llegó a la esquina donde vivían Yanira y Lorena. Se detuvo... y nuevamente se acercaba hacia nuestro hogar, pero la marcha era mas lenta, mucho mas lenta, hasta que se paro en seco frente a nuestra ventana. Silencio de muerte, en que el único sonido son los corazones a punto de estallar.
–Esta es la casa, dijeron-
Mi mamá, maestra agremiada, Alberto y Jorge, jóvenes con amigos que quien sabe en que podían andar metidos. ¿Quién de ellos -o los tres- sería el escarmiento para que nadie piense en meterse en babosadas?

Ya estábamos Angeles, mi mamá y yo bajo una cama, Alberto y Jorge bajo la otra, cuando el ruido de la “solaire” echa añicos nos hizo derramar las primeras lágrimas y el temblor en nuestros cuerpos aumento tanto que no se detenía, a pesar de estar fuertemente abrazados.
La defensa de hierro de la ventana sirvió de escalera y el ruido escalofriante de muchos pasos sobre nuestras cabezas se empezó a sentir.
Las botas de los guardias eran enormes. – Que son estas babosadas – decían al enredarse en las varillas de hierro, sobrantes del recién construido corredor, y caer con todo el peso de su cuerpo justo sobre el techo que rogabamos a Dios no se quebrase.

Todas las oraciones conocidas y desconocidas fueron rezadas y lloradas, pero ni así lográbamos callar los gritos y el sonido de los enormes guardias que caminaban cual gigantes que aplastan pequeñas casas de papel.

Golpe en seco de cuerpos saltando y cayendo en el piso del patio de la casa de Martin y Rosibel, ambos maestros y queridos vecinos.
-Abran la puerta, abran la puerta, hijos de puta- decían los gritos de hombres furiosos, junto a los culatazos que querían al mismo tiempo derribarla.
-Aquí están, aquí están, ya agarramos a estos dos cabrones- seguían gritando y riéndose con estruendosas carcajadas.
Golpes de puertas cerrándose, ruido de pasos, muchos pasos saliendo hacia la calle, voces de hombres, sonidos de motores mal afinados alejándose... después silencio, solo silencio...
-Se fueron- dijo Alberto. Nos vimos, el sonido de los corazones se dejo de escuchar, sonreímos y seguimos llorando.

Al salir a la calle, todos nuestros vecinos se encontraban reunidos y se preguntaban, -¿a quién se llevaron?- Martín y Rosibel estaban en el grupo.
El toque de queda había dejado de existir, solo quedaba el alivio de vernos cara a cara con las personas que acompañaban nuestro diario sobrevivir, en una sociedad convulsionada por la guerra.
La mañana siguiente la niña Hilda, dueña de la tienda mas grande de la colonia, y vecina de la par, casa contraria a la de Martín y Rosibel, nos comento que andaban dos ladrones queriendo entrar a robar en su local y había llamado por teléfono a la guardia.

-Dicen que los amarraron y los tiraron cual sacos de papa desde el techo- comento la niña Tommy que le había contado la niña Adita.
Vaya, vaya, vaya, -pensé en ese entonces-, no solo se llevan maestros y jóvenes del MERS para darles escarmiento. También atrapan ladrones.


miércoles, 5 de septiembre de 2007

A MANERA DE PROLOGO

"Cuentos para no olvidar" es un ejercicio para hacer trabajar la memoria. Son historias, a manera de "cuento" -algunas-, otras simples anecdotas de sucesos que acompañaron mi vida y moldearon lo que actualmente da forma a mi personalidad.
Pero ninguno camina solo por el mundo, siendo esa la razón por lo que cada cuento esta lleno de personajes reales, siendo los principales mi madre, mis hermanos, mi hermana, mis amigos de la infancia, mis primos y primas, y un largo etcetera, hasta desembocar -a medida que el tiempo siga tejendio la tela de la vida- en mi esposa y mis sueños (María Lourdes y Benjamin).
La guerra civil de mi país El Salvador fué un escenario ideal para moldear historias, no solo las mías, sino la de esa cantidad de seres que ocuparan los pequeños espacios de estos cuentos. Igual la imaginación infantil llena nuestras mentes de seres sobrenaturales, que la mayoría de las ocasiones se volvieron reales y ocasionaron alegrías o miedos que no dejaron conciliar nuestro necesario sueño. Esos dos motivos seran vistos acompañandome en "Cuentos para no olvidar"
En fin, mis cuentos son los cuentos de mis hermano (a)s, de los amigos que nunca mas ví y quiero que sean ese motor que mueva mis recuerdos y los recuerdos de quienes aca se vean reflejados. Quiero que mi hija, mi hijo, mis sobrinos, o los hijos de quienes logren identificarse en las historias, si algun día tienen la oportunidad de leerlos, vean en ellos al reflejo de sus propias cuentos.
No soy escritor, ni pretendo serlo, nada mas quiero contar: Erase una vez...