martes, 8 de enero de 2008

UNA PROMESA INCUMPLIDA

Prometemos a nuestros hijos que vamos a ir a ver sus partidos, prometemos a esa mujer que la amaremos por siempre, prometemos en nuestros trabajos que vamos a entregar a tiempo ese informe… prometemos todos los días y a cada instante cosas que nunca pensamos cumplir. Nos pasamos prometiendo y prometiendo y nos hemos vuelto constructores de desilusiones por esas palabras dichas a la ligera, nada más para salir de un apuro u obtener un beneficio.
Pero a veces… y solo a veces, alguien nos descubre en el engaño y nos exige que cumplamos nuestra promesa…


- Si no llevaba nada niña Juana - escuchaba Don Carlos, completamente ensimismado en la lectura de “Pagando el Precio” en la sala de la primera planta, justo a las doce de la noche. La voz era de su esposa Cecilia y provenía de su dormitorio, 3 metros mas arriba.

-Pero ¿Con quién habla esta loca?- Se dijo para sí mismo.

Nunca hablaba dormida, pero el ajetreo del entierro al que habían asistido hasta San Rafael y con tanto apuro, la podía haber estresado y provocado una que otra pesadilla, pensó.

- Le juro que no llevaba nada, por favor no entre, no niña Juana no entre, nooo, le suplico que no me lleve, Carlos, Carlos, Carlooosss…

Los gritos de angustia y terror, habían dado paso al silencio absoluto y para cuando Don Carlos llegó al dormitorio el rostro de Cecilia estaba desencajado, sus ojos desorbitados miraban sin alma al vacío y la mueca de terror dibujada en sus labios hacía presagiar que había visto al mismísimo demonio.

Los dos meses que paso en coma fueron una angustia para su familia, y un enigma para los neurólogos, intensivistas, psiquiatras y todo un abanico de especialistas que circularon alrededor de su cama tratando de diagnosticar la causa de su raro desvanecimiento, sin que nunca en ese tiempo hayan podido descubrir o remediar su mal.
El comentario del personal, en la UCI del Hospital de Diagnostico, era que le habían hecho un trabajo, que había caído en ese estado después de asistir a un entierro, en un pueblucho de San Miguel.

-Dice la sobrina que la vieja se desmayo de tristeza por la muerte de su comadre Juana- Le comentaba la enfermera encargada de turno a la terapista y a la hija de la señora de la cama cuatro, y así entre rumor y rumor pasaron los días.

Despertó junto a su querido Carlos, Angélica y sus hijos, su sobrina Erica, tres sorprendidas enfermeras y el sorprendido médico que nunca pudo diagnosticar lo que tenía.
Regresó a su casa con la intranquilidad de quien se siente vigilada y las primeras noches temía dormir con las luces apagadas. Le suplicaba a Don Carlos que cerrara bien la ventana del cuarto y pedía que nunca la dejaran sola.
Angélica le dijo su esposo que se iba a estar unos días con su mamá, para ayudarla a reponerse y que talvez ya cuando estuviera más tranquila le contará que había pasado esa noche, cuando la habían oído gritar con tanta angustia el nombre de esa señora que se había muerto.

- Haay Angélica, y vos y Carlos que me alegaban que los muertos nunca salen de sus tumbas- Les decía a los dos, que estaban con los músculos totalmente rígidos y los ojos bien abiertos escuchando el relato.

- La Juana siempre me decía: mire comadre, cuando yo me muera quiero que venga y me saque de la vela al maldito del Chepe- - Mejor ni deje entrar ese hijueputa y si llega ir al entierro péguele un garrotazo y lo hecha, porque estas bichas, como es el tatá no le van a decir nada. Pero prométame comadre que lo va hacer, por su vida que lo va hacer, sino va a ver que a usted me la voy a venir a llevar-

- ¿Y vos que le dijiste mamá?- Preguntaba Angélica, ante la mirada impávida de Don Carlos.

- ¿Pues que le iba a decir? No se aflija comadre, que yo me vengo de San Salvador a la hora que sea y le prometo que no lo dejo entrar al velorio, ni mucho menos que vaya al entierro.

Paso la pobre doña Cecilia confesándose y asistiendo a misa todos los días, durante nueve meses. Trajeron al padre Benavides desde San Rafael para que les bendijera la casa, les pidió perdón a las hijas de la Juana por no haber ido al velorio de la mamá y por haber llegado al cementerio hasta que ya le habían echado tierra y también les dijo que no les había dado el pésame ese día por que estaban llorando abrazadas con el Chepe.
Y por último… se prometió a si misma que nunca mas le iba a prometer nada a nadie.

CONTANDO MUERTOS


En una época normal, los niños jugaban con carritos de madera, con juguetes tradicionales de su pueblo, capiruchos, yoyos o trompos, jugaban atrapando tortolitas con trampas de ramitas, o en estos tiempos de tanta tecnología se entretienen con su Play Station o el celular de moda. Pero durante los años de la guerra, los juegos eran a matar, se jugaba a guerrilleros y soldados, a buenos y malos. Y a veces se descubría algún pasatiempo mucho mas macabro, que no solo jugamos los niños de los ochenta, sino que para los adultos era también una forma de llorar y gritar… cuando también ellos jugaban a “contar muertos”…

Era el año de 1979 y el primero que Jorge (mi enorme hermano) estudiaba en Básica (Tercer Ciclo Isidro Menéndez). El nada mas me lleva cuatro años de edad, pero cuando se tienen trece y nueve la diferencia de estatura se vuelve increíble.
El inicio de mis aventuras escolares siempre estuvo acompañado de la presencia protectora de mi hermano. Empezamos a estudiar juntos en el Hogar del Niño Dolores Souza y contando apenas con 10 años, mi madre deposito su confianza en Jorge para que me cuidara en el camino a la escuela y me protegiera de los niños más grandes. Recuerdo que se tomo su papel muy en serio, ya que ese primer año nunca soltó su mano de la mía en las 6 cuadras que separaban La Río Grande del Hogar.
Después de estar juntos un año más en La Retes (Escuela Dolores C. Retes), el que ese año 79 mi hermano se haya cambiado a Básica (Tercer Ciclo Isidro Menéndez) dejó en mí un halo de tristeza. Las dos instituciones nada mas estaban separadas por una malla ciclón, pero no dejaba de sentir que se había trasladado al otro lado del mundo. Juntos habíamos jugado durante dos años mañana y tarde en el camino a la escuela, y aunque en horas de clases nos encontrábamos separados, al finalizar la jornada nuevamente compartiríamos una hora de aventuras, en la que corríamos a ver quien llegaba primero, contábamos cualquier objeto que encontráramos en el camino y hacíamos competencia por casi todo. Pensé que ya nunca más habría ningún juego que me uniera con mi hermano…pero lo descubrimos cuándo la guerra estaba por comenzar…
-¡Haay, haay niña Martita, viera lo que hay en Básica!--¡Eraan unos cipotes niña Martita, haay, haay, haay!-
Era la niña Margarita, profesora de quinto grado, quien había entrado gritando a nuestro salón de clases. Traía el rostro desencajado y las lagrimas, el sudor y el yeso cubrían todo su cuerpo.
-Cálmese mujer, que le pasa, cálmese, que no ve que me esta asustando a los bichos-
En realidad ninguno de los bichos estaba asustado. Nada más nos vimos las caras y deseábamos que la maestra terminara de contar.
La niña Margarita se llevo para afuera a nuestra profesora, como queriendo ocultarnos la tragedia y el miedo, pero cuando vimos que la niña Martita se tapo el rostro y empezó también a llorar, intuimos que algo grave había sucedido en el Tercer Ciclo.
Hipólito y Marlon, que estaban sentados junto a la puerta, nos dijeron a todos, -Hay unos muertos-, -Hay unos muertos en Básica-
No habían terminado de contar la noticia, cuando salí corriendo junto a Carlitos Chávez para Básica y junto a nosotros venía todo el tropel de compañeros, sin que las dos incrédulas e impactadas maestras pudieran hacer nada para poder parar la curiosidad de treinta niños de tercer grado.
Al llegar al “hall” del Tercer Ciclo la escena era dantesca, un montón de niños de la Retes, adolescentes de Básica, jóvenes del INIM y maestros de las tres instituciones educativas estaban observando con la mirada inamovible, rostro de incredulidad, dolor y horror los cadáveres de 5 jóvenes de entre 15 y 18 años colgando de los polines del “hall”. Tenían las sogas atadas al cuello y los dedos pulgares amarrados con hilo de pesca. Aparentemente también habían sido golpeados salvajemente, ya que presentaban moretones en todas las partes que la ropa no les cubría. Vi a mis hermanos mayores apretujados junto a sus compañeros, note que Alberto me vio, se acerco a Jorge y le susurro algo al oído, Jorge llegó a mi lado, me tomo del brazo y me dijo:
-Ándate para el aula donde esta mi mamá y no veas esto-
Y señalando al cadáver de camisa roja y contradiciendo la orden anterior, me comento:
-A ese le decían trapito y era compañero de Alberto-
Nos despacharon a todos y mi mamá, como todos los maestros, tenía que quedarse, asumo que evaluando la gravedad de los hechos, que nosotros como niños no alcanzábamos a comprender. Le dijo a Ángeles mi única hermana, que también iba al mismo grado que yo, pero en la sección de niñas que la esperara y a mi, que esperara a Jorge y nos fuéramos directo a la casa. Alberto hacía ratos se había ido.
-Te gané- fueron las palabras que Jorge pronuncio cuando me vio.
-Yo conté otros tres muertos, nos fuimos con Alberto al INIM y habían otros tres, así que yo conté ocho muertos y vos solo cinco-
En ese día camine junto a mi hermano con un poco de rabia, porque Jorge había contado mas muertos, y deseaba haber ido también al INIM a ver los otros, pero no intuí en que el conteo inicial se iba a convertir en una cifra nada grata y que con el paso de los años aquellos primeros cadáveres que no significaron mas que tres muertos menos con los que perdí, se iban a ir convirtiendo en personas con familia, soldados y guerrilleros con una historia y gente llorando por ellos, inocentes que estaban simplemente en el lugar equivocado.

Deje de contar muertos al trasladarnos por motivos de estudio de San Miguel a San Salvador en el 87, sin embargo recuerdo como si fuera ayer cada vez que conté un muerto mas, recuerdo a que bando pertenecían o si eran civiles, personas conocidas y queridas algunas y la mayoría de las veces otro cadáver que añadir a la lista.
Un guerrillero junto a la Ceiba de la casa de la niña Margarita al finalizar la primera ofensiva, una mujer embarazada y cuatro campesinos en el 83 en un mesón que había atrás de la colonia Río Grande, ocho soldados (4 de ellos dentro de una tanqueta, cerca del turicentro La Cueva) y tres guerrilleros después de la toma de San Miguel que culmino con el derribamiento del puente Urbina, dos soldados junto a la carretera del litoral en el desvío del cantón el Brazo, una cabeza en un cerco de alambre de púas en la zona del Playón también en la carretera del Litoral, cinco no sé de que bando en los años que fuimos a visitar a mi familia en Jucuarán, dos en San Rafael Oriente, tres que vi en compañía de mi mamá en las múltiples ocasiones que la acompañe a visitar la morgue del cementerio en busca de algún conocido y dos amigos de la infancia que formaron parte del ejercito.
Siempre después de finalizar un tiroteo, salíamos con mi hermano Jorge (Alberto y Ángeles generalmente tenían el estomago descompuesto) y el resto de niños y adolescentes de la colonia a ver y contar los muertos.
Al final espero que Jorge no me haya ganado en este conteo macabro y deseo que haya contado menos muertos que yo.