sábado, 9 de enero de 2010

TRES KILOMETROS CON LAS MANOS ARRIBA

El miedo tiene infinidad de rostros y se manifiesta de múltiples formas. Y ese miedo es producido también por muchas causas, algunas de ellas provienen directamente de nuestro interior, pero generalmente el miedo es provocado por agentes externos.
Cuando somos niños, tememos a los espantos, a la oscuridad, a la soledad o a perder a quienes nos llenan de amor. Cuando vamos creciendo tenemos miedo al que dirán, al rechazo, a las apariencias y cuando somos mayores tememos a la enfermedad y a la muerte, a veces la nuestra, a veces a la de los otros, pero el miedo mas terrible de un adulto es a perder un hijo.

Pero ¿porque en medio de una guerra, quienes no participamos de ella y nada mas fuimos simples expectadores llegamos a tener tanto miedo y pánico?


El toque de queda en el San Miguel de los 80 marcaba un punto de quiebre con las actividades cotidianas, era como ver venir una tormenta eléctrica a lo lejos, ves que viene y hay que correr para no mojarte, la lluvia no te va a matar, pero te entra pánico cuando sabes que te va alcanzar. Así era la hora del toque de queda, sentías que tenías que correr para que las 6 de la tarde no te alcanzase en la calle, con la diferencia enorme que no solo te ibas a mojar, el miedo gigantesco y opresor se debía a tener la certeza que encontrarte fuera de tu casa significaba que te ibas a morir...

-Dice tu tía Delia que a Jorge le agarro un gran dolor en el entreno de basket y se lo llevaron para el San Juan de Dios-

Esa fue la frase que mi madre me dijo a las 2 p.m., después de entrar toda apurada a la casa y llegando desde la escuela recién abierta en la Colonia La Presita, donde por gracia divina había conseguido un sobresueldo en el turno de la tarde. Mi tía Delia, maestra igual que ella había dejado sus alumnas de la tarde en el INIM para avisarle del dolor de Jorge, mientras mi tío Alberto se había llevado al enfermo al hospital, después de que el maestro y entrenador "Chirajo" los busco a los dos para notificarles que uno de sus mejores integrantes (y sobrino de ambos) de la selección de basquet del instituto, se estaba revolcando del dolor y que el pensaba que era cierto y no culeradas como otros hacían cuando no soportaban los chicharrones que les metía en los entrenos.

-Cambiate y nos vamos, y que Alberto se quede cuidando a Ángeles- continuo diciendome mi mamá y corriendo al mismo tiempo.

Salimos apurados hacia la esquina de la décima calle, a medio camino de las primeras dos etapas de la Colonia Río Grande a esperar la Corintians, que era una de las tres empresas de buses que circulaban por la ciudad de San Miguel en esos años, completando la oferta la Celina y las rutas de ACOTRAMS, sin embargo la que nos dejaba cerca del hospital solo era esa.
El hospital en ese tiempo era un enorme caserón de adobe que ocupaba una manzana cerca del cementerio general, y aunque ya se estaba cayendo todavía faltaban un par de años para que construyesen el moderno edificio que existe actualmente al final de la colonia Ciudad Jardín. En medio del Hospital existía (aun existe en el centro del actual parque) la capillita de la Medalla Milagrosa y ese fue el primer lugar al que mi madre y yo nos dirigimos al llegar al hospital,  

-Antes de saber de Jorge, hay que pedirle a la Virgen de la Medalla Milagrosa que este bien- fueron sus palabras.

Eran las 4.00 de la tarde y Jorge todavía estaba en sala de operaciones, mientras la angustiada y su hijo de 14 años esperábamos a que saliera el doctor Bichara a contarnos como iba todo; mientras tanto mis tíos habían regresado al INIM a terminar su jornada, que en ese entonces y por el toque de queda finalizaba a las 4.45, eso le daba tiempo a los maestros y alumnos de llegar a sus hogares sin exponerse a morir.
Las 5 ... y ninguna noticia, lo cual por la cara de mi mamá le estaba provocando una gran angustia, que al mismo tiempo me estaba transmitiendo de una manera osmótica, ya que estábamos en una banca y tenía un brazo sobre mis hombros.
A las 5.30 en punto salió la niña Vicky del pasillo proveniente de los viejos quirófanos, al verla con su uniforme verde, su gorro y su mascarilla me costo reconocer a la hermosa enfermera que vivía frente a nuestra casa y que despertaba las fantasías de todos los adolescentes de la décima.

- Quite esa cara niña Bertha, que el negro salió bien. Nada mas va a tener que dejar de jugar un par de semanas y ya va andar de novio otra vez- Fueron las palabras que acompañó con una enorme sonrisa.
En ese instante el rostro de mi madre recuperó el color, me abrazó y abrazó a la querida vecina. -Gracias a la Virgen de la Medalla Milagrosa...estos bichos cualquier día lo van a matar del susto a uno- dijo con una sonrisa que mas parecía llanto.

-Jorge aquí va estar bien, la cirugía fue normal y hasta el doctor se fue ya. Ustedes también apurense que si no quieren que los agarre el toque de queda en la calle-
Al decirnos estas palabras la sonrisa había desaparecido de su rostro y la seriedad y preocupación aflorarón en sus ojos.

¡El toque de queda!... lo habíamos olvidado por completo, ya que la preocupación de mi madre por su hijo enfermo era mayor que estar pendiente de una hora determinada, por muy grave que esto fuerá.

Salimos al portón principal del hospital a las 5.45 en punto y la visión nos dejó atónitos a ambos. En la calle no había ni un alma, nadie absolutamente nadie estaba en el puesto de venta de dulces y frescos junto a la parada de buses donde mi madre inocentemente pensó que podíamos tomar de regreso la Corintians. Ni taxis, ni carros, nada que nos acercará o nos permitierá recorrer en 15 minutos los tres kilometros que separaban el Hospital San Juan de Dios de la casa 48-A de la Colonia Río Grande.

-Puchica hijo no se en que estaba pensando cuando te dije que vinieras conmigo, si algo te pasa por mi culpa me voy a morir allí mismo, por pensar en Jorge no pensé en vos-

La pobre señora solo estaba pensando en mí, el miedo que sentía era por mi bienestar y nunca pensó que si algo pasaba, nos iba a pasar a ambos. Los soldados de la Tercera, la Guardia, la PH, la Policía Nacional o a quien por desventura nos encontrasemos patrullando después de las 6.00 de la tarde, no iba a discriminar solo porque ella era una querida maestra que trabajaba 3 turnos en tres diferentes escuelas de San Miguel, en lo mejor de los casos la iban a capturar y torturar junto a su hijo adolescente, pero esa posibilidad era casi irreal, ya que lo mas probable erá que amaneciesemos colgando del puente Urbina o el puente Plateado, lugares favoritos de los militares para dejar escarmientos visibles por andar en horas del toque de queda fuerá de las casas, ya que solo los guerrilleros comunistas salían después que el sol se ocultaba a planear ataques.

Empezamos a caminar lo mas rapido que podíamos, ya que solo habíamos avanzado dos cuadras y todavía teníamos que atravezar prácticamente media ciudad de poniente a oriente, erán mas de dos kilometros y solo teníamos 10 minutos para llegar, mientras la "tormenta" del toque de queda se acercaba para inundarnos.

La gente que estaba en sus casas del centro de la ciudad se asomaban a las ventanas y nos decían: -Apurese señora que le van a reclutar al bicho y a usted se la van a llevar, ya casí son las seis- y cada una de esas palabras no hacían mas que incrementar nuestro temor.
Pero el mejor consejo fué el que nos dierón en una farmacia que cerraban a toda prisa, -Miren lo que tienen que hacer si no quieren que los maten al solo verlos es caminen normal, pero con las manos arriba-

Nos vimos las caras angustiados, a estas alturas el aire nos faltaba e ibamos empapados de sudor y ahora a ese cansancio se sumaba un esfuerzo mas, levantar los brazos. -Bueno, pensé al menos vamos a dejar de correr- sin saber todo el cansancio que implica llevar un miembro en una sola posición.

Justo una cuadra antes de llegar al parque Guzmán y a las 6.10 de la tarde el corazón nos dió un vuelco, dos camiones Mazinger estaban bajando al menos 50 soldados, aparentemente para apostarse en los alrededores de la catedral y vigilar que ningún guerrilero intentase tomarsela. Eran del BIRI Arce, un batallon elite recién formado y que ocupaba de cuartel las antiguas instalaciones de la Fabril de Aceites. Nosotros dos con las manos arriba saludamos a los soldados y tratamos que el temblor de nuestros cuerpos no delatase algún signo que los tres soldados que nos apuntaban con sus M-16 pudiesen interpretar como agresión, lo cual les daba motivos suficientes para dispararnos en ese preciso instante. Solo sonrierón en señar de burla y con sus fusiles nos indicarón que continuasemos con nuestro camino. Me entristecí mucho al pasar frente a la tienda Elvira, y pensar en los trompos, yoyos y capiruchos que apenas dos años antes aun compraba en ese lugar.
Avanzabamos ahora con un dolor insoportable en el cuello, los hombros y los brazos, pero quizás el dolor mas grande que ambos sentíamos era el no poder abrazarnos ni tomarnos de las manos en un momento de tanto temor y pánico. La calle ahora estaba mas sola, o quizás estaba igual que cuando salimos del hospital, pero a la soledad se había sumado la oscuridad de las primeras horas de la noche, lo que incrementaba la sensación de opresión en nuestra mente.

Al llegar a la esquina entre la Panadería Nilo y el mercadito de La Cruz, mi madre llorando me dijo a manera de consuelo:  
-Te prometo que mañana compramos un pan con gallina de estos que venden aquí, ademas ya solo quedan cuatro cuadras- cuatro cuadras que parecían mil kilometros.

Justo al llegar a la esquina del Taller René y cuando ya las palmeras de coco enano que adornaban los arriates de todas las casas de nuestra colonia nos daban la bienvenida pasó lo que mas temíamos, oímos que tras nosotros venía muy despacio el sonido que tantas noches nos había desvelado, el ruido que hacía un jeep de la Guardia Nacional. Seguimos caminando con las manos arriba y al llegar junto a la casa de Perla y Estrella, el temido jeep con los guardias paro junto a nosotros y nos dijerón con voz autoritaria:  -¡Subanse!-

Mi pobre mamá me vió llorando y petrificada no encontraba palabras que pudieran salir de su garganta, palabras para consolarme y palabras para consolarse.

-Niña Tita...subanse los vamos a terminar de llevar- Ella empezó a sonreir y llorar al mismo tiempo y sin miedo vió al enorme guardia que la llamaba por su nombre. -Por Dios niña Tita, como se les ocurre a usted y a esta cipote salir en medio del toque de queda, esta es hora que sus otros hijos se estan muriendo de la angustia-.

El jeep nos dejó justo frente a nuestra casa, 20 adelante de donde nos recogió. Mi mamá se despidió de Chente, el antiguo compañero de infancia de mi hermano Alberto con un -Dios te bendiga-

Al entrar a nuestro hogar nos abrazamos con mi hermana y mi hermano. Mi madre esa noche le agradeció a la Virgen de la Medalla Milagrosa porque Jorge salió bien de la cirugía, y principalmente le agradeció por el milagro de pasar en medio de la tormenta del toque de queda sin mojarnos.

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