jueves, 6 de septiembre de 2007

LA NOCHE QUE LLEGO LA GUARDIA

En el año de 1983 la guerra estaba en todo su apogeo y San Miguel no era precisamente la ciudad mas segura del país. Pertenecer a algún sindicato o alguna Asociación era un delito que generalmente se castigaba con la muerte. ANDES 21 de Junio era el gremio que defendía los derechos de los maestros en el país, pero estar asociado a dicho movimiento implicaba ser considerado comunista y motivo suficiente para ser “desaparecido”.
El modo de actuar de los cuerpos de seguridad, especialmente la Guardia Nacional, consistía en sacar de su vivienda al “comunista”, torturarlo y posteriormente asesinarlo, dejando su cuerpo abandonado en el puente Urbina o el puente Plateado, - Para que escarmienten-, decían.


El toque de queda o Ley Marcial, empezaba todos los días a las 6 de la tarde y ese día a las 9 de la noche ya teníamos tres horas de estar pegados al televisor. El silencio reinaba por completo en nuestra calle y ni los chuchos se atrevían a romper la monotonía de la noche.

Los sonidos del camión y del Jeep de la Guardia se podían escuchar desde que entraban sobre la décima y era lo único que rondaba en toda la ciudad al caer las sombras.

El ruido de motores gastados se dejó oír al inicio de la colonia y nuestro corazón de niños y jóvenes no se perturbo, acostumbrados a que nos interrumpieran nuestra tranquila noche televisiva. Alberto tenía 20, Jorge 16 y Angeles y yo trece adolescentes años. El ruido pasó frente a nuestra casa y llegó a la esquina donde vivían Yanira y Lorena. Se detuvo... y nuevamente se acercaba hacia nuestro hogar, pero la marcha era mas lenta, mucho mas lenta, hasta que se paro en seco frente a nuestra ventana. Silencio de muerte, en que el único sonido son los corazones a punto de estallar.
–Esta es la casa, dijeron-
Mi mamá, maestra agremiada, Alberto y Jorge, jóvenes con amigos que quien sabe en que podían andar metidos. ¿Quién de ellos -o los tres- sería el escarmiento para que nadie piense en meterse en babosadas?

Ya estábamos Angeles, mi mamá y yo bajo una cama, Alberto y Jorge bajo la otra, cuando el ruido de la “solaire” echa añicos nos hizo derramar las primeras lágrimas y el temblor en nuestros cuerpos aumento tanto que no se detenía, a pesar de estar fuertemente abrazados.
La defensa de hierro de la ventana sirvió de escalera y el ruido escalofriante de muchos pasos sobre nuestras cabezas se empezó a sentir.
Las botas de los guardias eran enormes. – Que son estas babosadas – decían al enredarse en las varillas de hierro, sobrantes del recién construido corredor, y caer con todo el peso de su cuerpo justo sobre el techo que rogabamos a Dios no se quebrase.

Todas las oraciones conocidas y desconocidas fueron rezadas y lloradas, pero ni así lográbamos callar los gritos y el sonido de los enormes guardias que caminaban cual gigantes que aplastan pequeñas casas de papel.

Golpe en seco de cuerpos saltando y cayendo en el piso del patio de la casa de Martin y Rosibel, ambos maestros y queridos vecinos.
-Abran la puerta, abran la puerta, hijos de puta- decían los gritos de hombres furiosos, junto a los culatazos que querían al mismo tiempo derribarla.
-Aquí están, aquí están, ya agarramos a estos dos cabrones- seguían gritando y riéndose con estruendosas carcajadas.
Golpes de puertas cerrándose, ruido de pasos, muchos pasos saliendo hacia la calle, voces de hombres, sonidos de motores mal afinados alejándose... después silencio, solo silencio...
-Se fueron- dijo Alberto. Nos vimos, el sonido de los corazones se dejo de escuchar, sonreímos y seguimos llorando.

Al salir a la calle, todos nuestros vecinos se encontraban reunidos y se preguntaban, -¿a quién se llevaron?- Martín y Rosibel estaban en el grupo.
El toque de queda había dejado de existir, solo quedaba el alivio de vernos cara a cara con las personas que acompañaban nuestro diario sobrevivir, en una sociedad convulsionada por la guerra.
La mañana siguiente la niña Hilda, dueña de la tienda mas grande de la colonia, y vecina de la par, casa contraria a la de Martín y Rosibel, nos comento que andaban dos ladrones queriendo entrar a robar en su local y había llamado por teléfono a la guardia.

-Dicen que los amarraron y los tiraron cual sacos de papa desde el techo- comento la niña Tommy que le había contado la niña Adita.
Vaya, vaya, vaya, -pensé en ese entonces-, no solo se llevan maestros y jóvenes del MERS para darles escarmiento. También atrapan ladrones.


1 comentario:

Unknown dijo...

Mi querido Amigo, de verdad lo felicito por su forma de relatar lo sucedido en esos tiempos q definitivamente nos marcaron a todos los Salvadoreños ya sea de una manera u otra. Siga adelante con su proyecto y cuente conmigo q no me perdere de sus relatos!
Nancy